Belleza sin gloriaPara una comprensión del sentido luterano de las imágenes

  1. Rafael García Sánchez

Verlag: Dykinson

ISBN: 978-84-1070-324-7 978-84-1070-372-8

Datum der Publikation: 2024

Art: Buch

Zusammenfassung

Martín Lutero (1483-1546) dijo: “Mis destructores de imágenes me deben permitir tener un crucifijo, o un cuadro de María, (…)”. El profesor de Wittemberg no fue un iconoclasta radical. Sin embargo, no reconoció en la pintura ni en la escultura religiosa potencia cultual alguna. Vio en ellas valores rememorativos y sin duda didácticos, aunque, todo sea dicho, completamente subordinados a la predicación de la Palabra y al encuentro con ella. Para el padre de la Reforma, el primado de la Escritura carece de rival. En la sola Scriptura tiene lugar el encuentro inmediato y auténtico del hombre con el único mediador, solus Christus. El prestigio venerativo de las imágenes cultuales, largamente debatido en la Iglesia católica, y finalmente bendecido en el II Concilio de Nicea (787), volvió a quedar en entredicho durante la Reforma. Algunos líderes protestantes -Karlstadt, Zuinglio y Calvino- no fueron tan moderados y vieron en la veneración de obras religiosas una forma de idolatría incompatible con la literalidad del mandato veterotestamentario: “(…) no vayáis a pervertiros y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea (…)” (Dt. 4, 15-16). Aunque Lutero no promovió Bildersturm alguna, el hecho fue que, para el conjunto de la Reforma, las imágenes religiosas carecían de aura religiosa. Los efectos de la iconoclasia protestante y del castigo in efigie fueron muy negativos, pues se destruyó un número muy considerable de pinturas y esculturas religiosas, algunas de las cuales, debieron tener gran valor artístico. Las consecuencias fueron básicamente dos. Por un lado, en la pintura religiosa se incorporaron muchos textos de la Escritura (filacteria), y la imagen quedó verbalizada y subordinada a la Palabra. Por otro, la prohibición de obras de culto impulsó la exploración de temáticas cotidianas, más centradas en la vida ordinaria que en la espiritual. Sin duda que todo ello abrió horizontes nuevos para el arte y supuso un enriquecimiento. No obstante, el sentido religioso y aurático de las obras cultuales quedó depotenciado en las latitudes protestantes. Sin aura religiosa, la experiencia artística es una experiencia de belleza, pero no de gloria, esa que podía padecer el fiel (instruido e iletrado), cuando las imágenes religiosas eran consideradas: lugar de presencia, de manifestación, lugar de revelación y topos teológico.